domingo, 25 de marzo de 2007

Marcelo y la oscuridad, Jesús Eloy Gutiérrez (Sabatino)

I

Marcelo se percató que estaba en un sitio extraño unos instantes antes de abrir los ojos. Aún permanecía como dormido. Al rato cayó en cuenta que no tenía puesta su habitual ropa de dormir. Eso lo hizo al entreabrir los ojos. No había dudas, no estaba en su cama, menos en su cuarto, mucho menos en su casa. ¿Entonces dónde estaba? y ¿por qué estaba allí? ¿cómo había llegado? fueron sus primeras preguntas. Se incorporó y trató de buscar el interruptor de la lámpara de la mesa de noche que percibía cerca en la penumbra de la habitación. La oscuridad le inquietaba. Después de unos tropiezos y de estamparle un fuerte cabezazo a la pared lo consiguió. Uy, esto parece un hotel, dijo al rato, buscó la puerta, su afirmación se lo confirmó un cartel: “Normas de los usuarios”. Ahora, un poco más despierto, se incorporó por completo, puso sus pies en el piso y fue directo al interruptor, la luz se hizo completamente en el pequeño cuarto de paredes color salmón y rodapié como vinotinto, muebles viejos y un enorme cuadro del Boulevard de Sabana Grande de otro tiempo. La cama de una madera oscura pareciera estar más cerca del suelo en su esquina derecha. Marcelo luego de hacer este breve reconocimiento del sitio buscó la ventana; ésta se encontraba escondida detrás de unas persianas amarillentas, que pronto apartó. Miró hacia la calle, esto me parece conocido, parece la Casanova, es la Casanova, allá está El Arabito, dijo. ¿Y cómo vine a parar yo aquí?... ¿Qué hora será?, buscó el reloj, no lo encontró, tampoco había rastro de su ropa por toda la habitación, ah debe estar en el closet, buscó, nada solo uno ganchos solitarios. ¿Cómo salgo de aquí si no tengo ropa? Una fuerte migraña anunciaba fastidiarle. ¡Que sed tengo! musitó por un momento, luego se acercó a la puerta, se cercioró que nadie pasara o estuviera cerca, abrió, miró el número de la habitación, cerró y corrió al teléfono, marcó, una voz le contestó, buenas, señorita estoy en la habitación número 13 y no consigo mi ropa, me puede decir qué ha pasado, ¿cómo qué no sabe?, silencio... entonces llame al encargado, al gerente, a quién sea, pero yo no me pude quedar sin ropa por arte de magia, silencio... está bien esperaré, gracias.

Marcelo estaba desconcertado, no sabía porque estaba allí, ni mucho menos porque no aparecía su ropa. Estos minutos de espera le sirvieron para hacer memoria; por más que intentaba no recordaba haber llegado a ese hotel; sentía un vacío en su mente; presentía una tragedia. Se sentó en la cama, cerró los ojos e intentó recordar nuevamente. No sabía ni que día era... Al rato le vino un recuerdo, unas palabras de su mamá, aunque las recordaba borrosamente. Las discusiones con su madre se habían agravado en los últimos tiempos en la medida en que aumentaron sus desapariciones de fin de semana, incluido el lunes.

En verdad, en los últimos tiempos la vida semanal de Marcelo, el hijo único de la maestra viuda y jubilada del 3-D, de las Residencias Roraima, de la California, se divide en dos tandas. La primera la del hijo consentido, que discurre entre el mediodía del martes y la noche del viernes, cuando empieza la segunda tanda, donde se juntan discotecas, bares, taguaritas, casas de conocidos hace un rato, una esquina o cualquier sitio que permita pasar el momento, hablando pendejadas y exprimiéndole el sumo a unas cuantas cervezas. En esos menesteres tenía por lo menos seis años, desde que Juan Luis, un amigo del liceo, lo invitó a un matinée en su casa y estuvo desaparecido por más de una semana. Su madre, a los dos días denunció la desaparición, al séptimo lo daba por muerto y al noveno casi se muere de un susto al verlo aparecer como si nada.

Desde entonces no vive para otra cosa. Si su padre estuviese vivo ya lo hubiese matado de un disgusto. Su madre intentó que siguiera sus estudios, pero eso fue imposible, al convencerse de ello, le consiguió un puesto de ayudante de almacén en el supermercado de su hermano, pero a Marcelo eso no le venía, así que no duró mucho. Lo único que le ha llamado la atención en estos años es lo de la mecánica, aunque como él mismo dice, no tiene disciplina pa' eso. Unas de las cosas que más le encanta de sus salidas de fin de semana son las carreras de caballos, para eso sí tiene buen ojo; unas cuantas veces ha ganado, aunque si sumara lo que ha gastado en todo el tiempo que lleva en esa práctica, no se pondría tan alegre.

En una época luego de ver lo angustiada que se ponía su mamá había decidido dejar sus aventuras, pero la cuarentena duró poco, vinieron unos amigos un sábado en la tarde y no pudo decirles que no.



II

Un hombre cruza la calle y no ve nada. Hace apenas unos minutos su vista era perfecta. Nunca había sufrido enfermedad ocular alguna, ni siquiera usaba lentes. Es como que todo se le hubiese borrado; escucha ruidos de carros, conversaciones de la gente cerca, otros como él, que vienen del mismo sitio y llevan su mismo destino. El frío en su cara le permitió hacerse un aproximado de la hora: casi amanece; recordó que estaba lo bastante lejos de su casa.

De inmediato pensó en su mamá, la vio aún sumergida entre sus sábanas; recordó la última discusión que tuvo con ella esta misma semana. En ese instante, sus últimas palabras las sintió como una premonición: “Marcelo, hijo, hasta que no te ocurra algo no vas a dejar esas aventuras”.

El sitio de donde había salido antes de quedarse a oscuras era el que más frecuentaba. Le parecía un ambiente frío, sin rollos, donde el único problema era no poder divertirse. Total, al quedar tan lejos de su casa, no había peligro de conseguirse a conocidos de su mamá, a quien pronto irían con el cuento.

Llevaba unos cuantos minutos sin ver nada claro ni distinguir nada. Desesperado, abre y cierra los ojos como tratando de resetear la vista, pero no logra ver nada; recordó, el edificio que estaba al frente, unos pasos más allá está la entrada al estacionamiento donde dejó el carro; un poco más hacia la izquierda estaba el sitio al que se dirigía ahora. Lo sabe porque esa calle la ha cruzado un sinnúmero de veces sin que le sucediera algo parecido. Pero ¿cómo hará ahora para llegar? sino ve nada. Ya sus deseos de comerse su arepa rellena de pollo con trozos de aguacate no es mera necesidad de alimentarse, se torna en una necesidad apremiante, es como estarse conteniendo los deseos de ir al baño y llega el momento y no se puede resistir más. Sin dudas la arepera quedaba diagonal de donde había cruzado. Nunca se imaginó que esto pudiera pasarle; el temor a la oscuridad siempre lo había asociado con fantasmas y aparecidos. Eso le aterra.

− !Coño! ¿Será que me he vuelto loco?- se dice.

Tantea con las manos, no toca nada; se estruja los ojos.

−¿Quién apagó todo?, ¡que locura! esto parece una película, ¿será que estoy soñando?- se dice.

Decide voltear hacia el sitio donde cruzó, también se ha vuelto oscuro, no ve nada. Piensa: si doy los mismos pasos que di para cruzar estaré en el sitio de donde salí y podré descubrir qué me pasa, creo que fueron diez o quince... ¿y si me atropella uno de esos carros que escucho?

−¿Qué hago?... Sí, voy a regresarme allá, seguro alguien me acompañará y ya, solucionado el problema… ¿Cómo si no conozco a nadie? Seguro que pensarán que les voy hacer algo, que los voy a engañar, ¡coño pero que hambre tengo!, creo que me voy a desmayar.

Hasta ese momento había aguantando la angustia que le producía saber que todo estaba oscuro; reconoció que todavía no había superado la fobia a la oscuridad; es una de las pocas cosas que le quedaron de niño; de ese niño que desapareció, como el agua en la arena, cuando su padre partió.

Siente un leve mareo que lo hace tambalearse; da unos pasos y se da cuenta que tropieza con un jardín, bueno uno de esos jardines que se colocan para aislar la calle de los edificios. Palpa bien con las manos y siente que hay un sitio adecuado para apoyarse, incluso para sentarse, aunque las matas parecen que son de espinas. Se sienta, ¿qué hago ahora?, ¿qué me estará pasando?... Si grito: me he quedado ciego, tengo hambre, seguro alguien me podrá ayudar, ¡coño qué pendejo soy!, si todos están como yo, nadie me va a creer, si todo están como yo, lo que van a pensar es que estoy hecho una mierda. ¿Y si llamo a alguien?

Se busca el teléfono, ¡coño! lo dejé en el carro. Comienza a sentir una gran sed, bosteza, como que se fuera a quedar dormido.


III

Las dependencias policiales siempre le habían parecido como la noche, lugares oscuros, tenebrosos; bajo su “supuesta autoridad” veía las más grandes injusticias y abusos; para él aquellas eran la forma perfecta de delinquir sin remordimientos; no recuerda desde cuando comenzó a tener esa apreciación. Total, eso no le angustió nunca hasta ese momento, cuando tenía que enfrentarlos; eso le recordó la extraña muerte de su amigo, que la policía no pudo esclarecer, más bien la tiñó con un baño de oscuridad.


Buenas tardes, vengo a poner una denuncia.

−Espere un momento…

El funcionario policial, luego de hacer unos chistes con sus compañeros y de burlarse de algunos de los futuros denunciantes que esperaban en una cola, le da el turno a Marcelo.

−Sí, bueno, la verdad es que no sé por donde empezar…

−Por el principio… dígame su nombre…

−Marcelo Gómez…

−¿Qué profesión….?

− Ah, bueno… mecánico, sí mecánico…

El policía lo mira con sospecha.

−Vivo en la California, Residencias Roraima…

−Vengo a denunciar el robo de mi carro, bueno en realidad el carro de mi mamá…

−Eso no es en este departamento, pero déjeme que tengo que reseñar la eventualidad, eso es en piso 2, en la División de Vehículos.

−Dígame ¿Cómo sucedió?

−Es que allí es que está el detalle, no sé como pasó… Era el viernes en la noche, estaba tomándome unas cervezas en la tasca El Purgatorio de Los Chaguaramos, bueno, la verdad empecé en el “León” con unos amigos que conocí la semana pasada, como a las 12 ellos se marcharon, me aburrí y me fui a Baku, allí el ambiente estaba ladilla, así que fui para El Pulgatorio, ahí la cosa estaba cool, me senté a la barra y comencé a tomarme mis cervezas. Me lo tripié un buen rato; como a la hora, tal vez dos, como siempre lo acostumbro, di una última calada, pagué mis cervezas, fui al baño y me dispuse ir a La Salvación, una arepera que queda junto diagonal a El Pulgatorio, para comer algo, es que no había cenado y ya las tripas me estaban reclamando. Salí del local, andaba sí creo que como prendío, lo admito, tú sabes las luces, la música, el ambiente, el ambiente del viernes –mientras decía esto recordó una frase de su madre: “!Coño!, Marcelo, la caña no se va acabar!”. Crucé la calle y me quedé a oscuras, no veía nada, pero nada, me mareé, me pegó mucho sueño, era algo terrible. Hasta hace unas horas que desperté semi desnudo en un hotel de la Casanova.

El policía luego de desnudar con la vista a una linda joven nerviosa que acaba de entrar.

−Mira amigo Marcelo, pon tú firma aquí y complétame ésta planilla... Por lo que me dices, has comenzado ser parte de los registros de víctimas de la llamada burundanga… en los últimos días han llegado varios casos como el tuyo; algunas víctimas no han quedado para contarla… Aparte, hay muchas personas que no denuncian.


En ese momento Marcelo no escuchó más las explicaciones que le continuaba dando el policía, se abstrajo, recordó comentarios de unos amigos de ciertos papeles que entregaban a las salidas de Metro, de las agujas infectadas de los cines, de los cócteles de la muerte de algunos sitios nocturnos; todas esas cosas le parecían artimañas de ficción, de gente que no tiene oficio y se la pasa propagando rumores. Pero la convicción con que el policía dijo aquello le hizo recordar una película, “Sombra de la noche”, una de esas de espionaje durante la Guerra Fría, la había visto varias veces, porque le llamaba la atención las investigaciones que hacían dos científicos rusos para descubrir un antídoto contra la llamada “droga de la CIA”. Una de las primeras sorpresas que se encuentran los científicos es que ya en la época nazi era conocida como el “sueño de la verdad”. Marcelo comenzó a recrear las escenas de la película en su mente, sin oír las instrucciones que le estaban dando. Se imaginó abusado sexualmente, sin algún órgano, por eso el dolor de cabeza que ya no soportaba; con algún implante; como conejillo de indias de algún experimento científico de alguna potencia; se desesperó, como pocas veces los hacía; pensó en su madre.



IV


Marcelo no había tenido noticia de su tío desde los días en que trabajaba en el supermercado. Esa mañana lo recibiría en su nueva morada, de la cual no podía salir desde el día en que fue a poner la denuncia a la policía. A la hora prevista para la visita lo trasladaron a un cuarto sin ventanas, donde el único mobiliario eran dos sillas y una mesa de madera. Tiene media hora le dijo el custodio, al rato entraba su tío, al verlo Marcelo se dirigió a recibirlo con una abrazo.

− Ay sobrino, que desgracia ha caído en nuestra familia...

Marcelo pareciera que fuera a llorar.

− ...Yo sé que tú eres inocente, que eso de que te acusan es la mayor locura que puede estar ocurriendo −mientras lo estrecha más, como dándole aliento... fíjate como titula hoy este periódico, Marcelo se aparta del tío y busca, lee el titular de la noticia, se dirige a una de las sillas, se sienta y busca en el interior del periódico el texto completo:

“Hijo implicado en la muerte de su madre”.

“Según fuentes policiales, Marcelo Gómez ayer fue detenido preventivamente, como sospechoso, por los momentos, en la extraña muerte de su madre, acaecida el pasado sábado, en horas de la madrugada.

Según el parte policial la víctima, vecina de las Residencias Roraima de la California, fue atada de pies y manos en su residencia con los cables del teléfono; igualmente se le impidió gritar mediante una cinta adhesiva que se le colocó en la boca. Una vez inmovilizada la señora, los malhechores procedieron a cargar con todas las pertenencias de lugar. Por el modus operandi del suceso, al parecer, la ardua labor debió contar con el concurso de por lo menos tres o cuatro personas.

Declaraciones de vecinos que no se quisieron identificar aseguran que el apartamento fue descargado en el carro de la misma señora, vehículo que por lo general lo conducía su hijo; que los ladrones hicieron unos dos o tres viajes. Marcelo fue detenido y está siendo interrogado exhaustivamente, ya que en toda la habitación no se encontraron huellas de otras personas, sino las del hijo de la víctima.

La infortunada señora murió de un infarto, al perecer, permaneció más de doce horas atada, sin poder respirar normalmente; era asmática. El vehículo no ha aparecido.”

− Marcelo, lo peor es lo que ha declarado la conserje, ella dice que tú estabas con los tres sujetos que cometieron todo, que la saludaste, que estaba oscuro, pero que ella distinguió muy claramente tu rostro...

Al escuchar las palabras de su tío, Marcelo pensó: “la vida es como las carreras de caballos; un día la suerte es para unos, otro para otros”. Acto seguido, sus pensamientos se oscurecieron, como le había sucedido aquella noche con la vista; sólo le quedaba un pequeño resquicio para calcular que en unas pocas horas ya sería viernes y no había señales de salir de allí.

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